Salí agitado del pabellón, mi corazón desbocado intentaba
huir por mi boca, sentía mi respiración azotando mis costillas contra mis
pulmones. Mi amigo, futuro padre, me felicita, me da un cordial abrazo y se
alegra por mí.
El mareo y la desorientación
no habían disminuido una pizca, el primer y único momento de perfección en mi
vida hasta el día de hoy. Una alegría impresionante que me regalaba este
momento, un éxtasis y una satisfacción inigualables, luego de una larga espera
llego a este mundo mi pequeña hija, nació en silencio, como entendiendo la
importancia del momento, sus ojos cerrados en una calma absoluta, todos
hablando al unísono observándola reposar en las manos del médico, de pronto la
llamo por su nombre –Isidora, hija te estábamos esperando- y ella, como
comprendiendo mi llamado, sintiendo la felicidad en mi voz, abre sus ojos por
primera vez para contemplarme directamente, como diciéndome Aquí estoy, al fin
junto a ustedes.
Le toca el turno a mi amigo temporal, un futuro padre con
una niña que viene con muchas complicaciones, ya perdió a su primera hija por
un nacimiento prematuro, noto en su rictus el intenso nerviosismo, un hombre
pequeño, de rostro cansado, tal vez solo un par de años mayor que yo, pero que,
por los surcos de su rostro, ha tenido tres veces mi sufrimiento en los mismos
años. Con sus ojos profundos conversamos todo un día, nacida una camaradería por
la alegría y la esperanza.
Pasan algunos minutos y el padre sale del pabellón,
cabizbajo y los ojos enrojecidos, con voz ronca me dice: -Fernanda Isidora, mi
hija, no lo logro-.
De pronto puedo percibir como su espíritu se quiebra, como
su control cede bajo la presión del inmenso dolor, sus ojos estallan en lágrimas
y yo no sé qué hacer. Como guiado por lo más profundo de mi alma, me levanto y
le tiendo mi abrazo y así como el, comienzo a llorar desconsoladamente,
intentando apaciguar su pena a través de mí intento de comprensión por su
dolor. Siento mi corazón latir como punzadas en mi pecho, siento su respiración
entrecortada, sus pulmones negándose a funcionar, queriendo eliminar la
realidad del momento, así nos quedamos durante largo rato, sintiendo la
injusticia de la vida caer con toda su fuerza sobre nosotros.
En el silencio de la noche en el pabellón del hospital,
abrazado a un extraño, pase el día más feliz y más triste de mi vida.
1 comentario:
vaya...
He quedado sin muchas palabras. Estaba tan emocionada leyendo sobre el nacimiento, pensando en el milagro de la vida y de pronto imaginar ese hombre, ese sufrimiento me ha conmovido...
Tienes magia para transmitir sensaciones...
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