domingo, 18 de mayo de 2014

Funeral


Por el rabillo del ojo, mientras la micro bajaba rauda por Santos Ossa, observó  una escena de lo más peculiar, salida del imaginario de un estrafalario.  Al borde del camino, en un pequeño solar junto a una quebrada, bajo la sombra de un árbol solitario que se mecía al viento típico de las ciudades porteñas, cuatro perros reunidos y quietos, haciendo parecer que el tiempo se había detenido.

Fueron solo unos segundos pero la escena quedó congelada, colgando fuera de foco como si girase en torno a sí misma, dislocada de la realidad. Los perros formando un semicírculo, uno de ellos caído en el centro, mientras uno se mantenía parado junto a él, los otros dos observando un poco más distanciados. El perro caído era de un tono gris, con las patas manchadas de blanco, con una rigidez anormal; estaba muerto, muerto de golpe, arrollado por uno de los automóviles que bajaban a toda la velocidad el último tramo de la ruta 68, ironía total que dicho golpe lo lanzó volando por sobre la barrera de contención y lo deposito, brutalmente gentil, en el solar donde ahora se encontraba, como si estuviese recostado tan solo durmiendo.

El segundo perro, el más cercano al fallecido, un quiltro negro manchado de blanco el pecho, lamia el costado del hocico del fenecido can, como si estuviese besándolo cariñosa y gentilmente, despidiéndose de su compañero con amor y tristeza dándole el último adiós, convenciéndose a sí mismo del fin de la existencia de su amigo.

Los otros dos perros, uno blanco y sucio, el otro café y pequeño, se mantenían respetuosamente mirando la tierra, con la cabeza gacha, como incapaces de decir o hacer algo que mitigara el dolor del perro negro manchado de blanco el pecho, miraban y continuaban en silencio, mientras el ritual de amor y compañerismo del otro can concluía.


Pronto el corto instante eterno concluyó, la micro siguió su camino y los perros quedaron atrás, el joven quedó mirando a la nada, con una profunda sensación de pérdida y melancolía, como si un amigo hubiese partido, pero bajo esa sensación también lo invadió la idea de haber presenciado un momento de intimidad impresionante, un mágico instante de un mundo oculto que se develó por unos segundos a un intruso, un presente de hermandad, un recuerdo de humildad.

1 comentario:

Jorge Espinoza dijo...

mmm...no sé. No sé si los perros no captan del todo el concepto "muerte", de que no van a tener nunca más a su amigo, o solo piensan que su amigo está durmiendo y que fallan en su intento de despertarlos.
Lo que si, el respeto normalmente existe entre todos los perros, sean "conocidos" entre ellos o no, porque el caso que cuentan en la historia lo he presenciado muchas veces: perros que acaban de morir por un atropello, y otros perros que justo pasaban por ahí, que nunca en su vida lo habían visto, y que se quedan cerca de él, con una mirada especial, como rindiéndole respeto o algo parecido