miércoles, 7 de abril de 2010

Termina el hueveo.


Presionado el pecho, mientras sostengo con insistencia las llaves en mi mano, se hunden en mi piel, se marcan en mi carne, las siento en mis huesos. Camino acelerado, escucho por los audífonos la misma canción que me repito tres veces, cinco veces, once veces mientras camino raudo hacia mi hogar. No quiero llegar, desearía tenerte cerca, desearía poder alejarte de mi mente. Como quisiera que un desquiciado se cruzara en mi camino justo ahora, tal vez solo para compartir opiniones, tal vez para que se sienta tranquilo, no está solo, somos varios los que estamos al borde del precipicio y miramos el fondo con inusitado interés. ¿Tengo ganas de reír?, pero mis ojos se humedecen, tal vez es el humo del cigarro que sujeto entre mis labios el que los lastima y los hace llorar. Tal vez es solo el hecho de que me siento desdichado, esta maldita pesadumbre que no se quita, que quisiera extirpar. Tal vez alguna operación pudiese removerla, cual cáncer estancado entre mis costillas. Un bypass emocional, que volviera todo simple, básico, idóneo para seguir tanta rigidez autoimpuesta. No me he cruzado con nadie, tampoco esperaba hacerlo, es tarde, debería estar recostado en mi cama intentando conciliar un sueño que nuevamente no llega. Maldita inquietud, ¿quiero largar a llorar, o quiero gritar de impotencia? Al final, solo llego a casa, saco uno de mis viejos cuadernos y escribo como un condenado, rodeado de colillas de cigarrillos fumadas hasta el filtro, tazas con conchos de café mal revueltos, un montón de azúcar en el fondo, hasta dormirme entre las palabras que me cobijan como solo ellas pueden hacerlo, pero hasta dormido siento la presión sobre mi vientre. Que mierda, es lo mismo de siempre, mañana se repite de nuevo, que todo se vaya al carajo y volvemos a empezar.

No hay comentarios: