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Dame algo de que reír, recogiendo los pedazos de mi corazón del frio piso en el que quedaron regados. Estar contigo es el infierno, es el olvido, tiránica sonrisa impuesta en mi frente, desciendo por cada círculo intentando borrarla, esa maldita sonrisa que me mira sin dientes, confundo el fondo oscuro de la bóveda de tu boca con un terrible pozo al cual me asomo a mirar su profundidad.
Te mueves en olas, directo a mi rostro el puño abierto, abofeteas mi cara sin ningún temor. Un hilo de sangre cae por la comisura de mi labio, mientras rio a carcajadas, la mandíbula desencajada y los ojos fijos en las nubes, puedo oírte llorando desesperada mirándome sorprendida, observándome como si nunca me hubieses conocido, ves brotar de mi interior una marea de odio y fría crueldad, - estoy alegre, ¿no lo ves?- digo mientras te miro a los ojos con mi mirada gélida que se colma de desprecio.
Camino con paso firme, desgastando mis zapatos contra el asfalto, dejando mis huellas en estas calles. El alcohol se me subió a la cabeza, recuerdo tu cara de perplejidad frente a mi rostro lleno de crueldad y aun puedo sentir subir por mi pecho la calidez de mi satisfacción. Todas las maravillas del mundo van desgastándose, todo va perdiendo su luz, creíste que sería yo una excepción, que no me marchitaría frente a tu desprecio e ignorancia. El error ya es huella en tu corazón, siempre sentiste que yo era un ser inmóvil, prisionero de tus caricias y tus caprichos.
Amor por desprecio, son los caprichos de un alma torturada, lagrimas de sal que ahora bebo de tus mejillas, el tiempo que pasamos juntos masacro mi corazón, lo envejeció y lo volvió el ser crudo que es ahora. Subiendo escaleras entre los cerros, caminando mirando hacia el mar, veo el contorno de los barcos a lo lejos.
Finalmente llego al borde de un mirador, me siento en el piso mirando las luces de la ciudad y lloro amargamente las penas que cargo en mi espalda, que se esconden tras mis parpados, no lloro por tu recuerdo, lloro por ser incapaz de reconocerme a mí mismo, como un maniquí desarmado en el suelo veo como mi corazón ya no es mío, mi alma ya no me pertenece, me miro en un espejo roto y trisado y solo veo dolor e incomprensión.
Asustado cierro los ojos mientras grito, asustado de mi propio corazón, de mi espíritu encadenado al sufrimiento de un amor.
Y los niños jugando, pasan los días moviéndose al mismo compás.