lunes, 28 de febrero de 2011

En el firmamento.


El barril del revolver aún caliente, la mano rígida sosteniendo el arma que seguía vibrante por el repiqueteo de la bala que escapó por ella. La estela de su trayectoria aún dividiendo el aire, como si una tela se hubiese rajado por el camino que recorrió el proyectil. Sangre cayendo en todas direcciones, similar a un volcán estallando con toda la furia de siglos de contención. Los rostros de sorpresa y horror de los espectadores, rompiendo el silencio, lágrimas derramándose, calientes caen por mejillas que nunca habías visto. El zumbido de un corazón, un corazón apagándose, luchando, intentando derrotar la prueba suprema, la resolución final.

Todos lo escuchaban, mientras su cuerpo describía una curva, el con los ojos abiertos mirando el firmamento, todos lo escuchaban, cada latido era perceptible para cada uno de los que lo vieron, con una fuerza sobrehumana, sentían la tensión en sus propios cuerpos, cada vez que el corazón exime volvía a contraerse en la ya resoluta batalla. Los ojos clavados en el firmamento, intentando huir más allá de lo que estaba sucediendo, negándose a aceptar el fin.

Todos los vieron, a sus padres, sus amigos, sus amores, sus enemigos, sus victorias, sus fracasos, todos vieron sus lagrimas y oyeron sus risas, agudas y dulces. Todos compartieron su dolor, mientras el joven seguía cayendo al frio asfalto de la calle. Esa noche todos murieron, esa noche el se desvaneció, antes de tocar el piso no quedaba nada de él. Todos enmudecieron, caminaron en torno al charco de la sangre que manó de su herida, mirándola con ojos vacios y desviados. El revólver toco el piso después de que todos desaparecieran.

A lo lejos, se pudo oír los latidos de un corazón, ensordeciendo a todos alrededor. Ya no quedaban estrellas en el firmamento.

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