miércoles, 24 de agosto de 2011

Ganas de gritar.



En el alma mía entrego la voluntad y la fe. Alzo un altar a tu presencia, a la dulzura y candor con el que mi alma se apaga entre tus manos. Pues es una llama furibunda, está en la que ardo junto a tus labios. Ríos de miel rugen mientras danzamos en el ocaso. Fuego crepitando en el hogar. Vamos los dos, dulce agonía que me entregan los latidos de tu corazón. Es el reflejo de mi alma reconociendo la tuya. Elevándome a las alturas en el vaivén de tus piernas.

Todos nuestros suspiros descansando entre las olas del mar. En sus profundidades reposamos ambos, te entrego a ti a todos los hombres del hombre que se presenta frente a ti, Somos un sinfín deseosos de tu calor. Las coincidencias sumándose y desencadenándose en un breve saludo y una mirada sin aparente futuro. Episodios como eslabones de una cadena van uniéndose y encadenando tu sentir al mío.

En tu seno reposo mi frente, en rededor nadie se presenta. Somos prisioneros de la piel, pero durante instantes me fundo en ti y desaparecemos como tú y yo, nos volvemos dos notas sonando al unísono, escapando en el viento. No hay necesidad de hablar, la comprensión florece entre nuestras miradas. Reflejo mi interior en tus pupilas, sientes como quema mi mirar en tus parpados cerrados. Sabes que te observo en silencio intentando fijarte en mi recuerdo, en mi mente y mi interior.

No existe absolutamente nada más que esta sensación de ansiedad cuando tu ausencia se agrava, cuando como un enfermo necesito la medicina de tus labios para prolongar la falta del calor de tu cuerpo. Perdido nuevamente en tu infinito, mi corazón late por ti, nunca dejo de ser tuyo y nunca volverá a separarse de ti. Vino y pan, sabor a agonía.