miércoles, 25 de noviembre de 2009

Vasos vacíos.



El viento azotando mi rostro, deja un leve sabor a sal en mis labios, me obliga a entrecerrar los ojos con su fuerza. Siento como mi frente comienza a doler nuevamente, lleva días volviéndose más y más dolorosa, la presión esta terminando de consumir mis energías en un súbito impulso que me debilita. Mi pecho apretado, victima de un profundo y violento latido, que se siente como el último. El tiempo se desliza suave, despacio y calmo, mientras yo me muevo erráticamente, en un actuar convulso e intranquilo.

El vaso esta manchado con mis huellas, mis labios impresos en los bordes. Como odio ver como se vacía, como pierde su ser, como pierde su razón. Un vaso vacío no tiene sentido, así como un espíritu desgastado no tiene lugar. Colillas y más colillas se suman a sus compañeras en el cenicero, mientras sigo cavilando en un mar de ideas sin rumbo fijo ni destino aparente. Pero siempre el dolor punzante en mi frente, avisándome que algo no anda bien, informándome del daño que no atenúa y sigue acrecentándose, como el tedio de la ciudad al avanzar el día, como el amor que se eclipsa bajo el avance del reloj.

Camino mirando el mar, lo único reconfortante que le queda a este lugar, las olas estrellándose contra las rocas liberan un suave rocío que humedece mis manos y mi rostro, pero no ocurre nada. De pronto, me asalta un fugaz momento de claridad y puedo verlo; soy un vaso vacío, olvidado sobre la barra de un bar sucio y oscuro, perdí el propósito y la claridad, perdí el camino, extravíe el sentido, se crispa mi pecho nuevamente y mi frente vuelve a doler, más intensamente que nunca.